lunes, 30 de marzo de 2009

Hippies de Santa Marta llegan a Venezuela huyendo de minas antipersonales

En Colombia la supervivencia de estas comunidades se ha vuelto cada vez más difícil


SAN CRISTÓBAL, Venezuela. Más allá de sexo, drogas y rock and roll, es difícil creer que algo más quede del movimiento hippie de los 70s; pero en muchos países del continente, lejos de las urbes, subsisten las llamadas “comunidades alternativas” que intentan vivir de la naturaleza bajo los principios del amor, la libertad y la paz.En Colombia la supervivencia de estas comunidades se ha vuelto cada vez más difícil.


Hace poco, una familia llegó al estado Táchira, fronterizo con Venezuela, luego que su sueño de una sociedad ideal en las montañas de Colombia se desvaneció, tras ver morir a varios de sus amigos más cercanos a causa de minas antipersonales. Sus trajes coloridos, sus motocicletas y sus guitarras reflejan el espíritu hippie de los setenta, pero su historia refleja una cara de la actualidad colombiana. “Una jovencita amiga nuestra fue al baño, se paro en una mina y murió; el suegro que fue a rescatarla también se paro en una mina y murió y esto ocurrió al ladito de donde nosotros vivíamos”, recuerda Flor del Viento* quien junto a su esposo y dos hijos huyó de la Sierra de Santa Marta, por temor a correr la misma suerte.


Después de haberla fundado hace treinta años, otras siete familias también se vieron forzadas a abandonar esta comunidad alternativa ubicada a tres días de camino de la civilización. Un lugar donde hacían actividades agrícolas en las mañanas y artísticas por la tarde, siguiendo las enseñanzas de sus vecinos, los indígenas Kam-Kuamos, considerados guardianes de la Sierra.Dice Toro*, marido de Flor que “allá tenían tres opciones: tomar las armas, marcharse o morir.


Actualmente, esta familia de artistas y agricultores acostumbrada a obtener su sustento diario de la naturaleza, está indocumentada, sin empleo y sin tierra para cultivar. En estas condiciones llega la mayoría de los colombianos y colombianas que cruzan la frontera venezolana en busca de protección, unos doscientos mil, según las estimaciones del ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados).

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